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18 mayo, 2012

¿Monstruos o enfermos?

ACTOS DE PEDOFILIA |  El violador de Leioa no responde al perfil típico del pederasta, que suele ser cercano a la víctima y no emplea la violencia

Un sol dominante y agresivo, que todo lo envuelve, en medio de una furia de colores. Una bestia engulle un cerebro, ante la mirada suplicante de un niño. El dibujo, que forma parte de la exposición ‘La huella del maltrato’, es obra de un menor que vive en una familia desestructurada, con episodios de maltrato físico y emocional. Un sol dominante y agresivo, que todo lo envuelve, en medio de una furia de colores. Una bestia engulle un cerebro, ante la mirada suplicante de un niño. El dibujo, que forma parte de la exposición ‘La huella del maltrato’, es obra de un menor que vive en una familia desestructurada, con episodios de maltrato físico y emocional.

Desde un punto de vista estrictamente etimológico, ‘pedofilia’ quiere decir ‘amor a los niños’; sin embargo, el significado académico y el uso médico y policial del término no tiene nada que ver con el origen griego de la palabra. Pocos actos delictivos provocan tanta repugnancia y alarma social como la pederastia, delito cometido cuando el pedófilo traspasa la frontera de sus enfermizos deseos y agrede sexualmente al menor. El último caso conocido en Euskadi ocurrió hace una semana en Leioa, cuando un hombre armado con un cuchillo abordó a una niña de 10 años en el portal de su casa y abusó de ella en los trasteros del edificio. Según los expertos, el perfil de J.A.I.I., de 45 años y con antecedentes por violación, no se ajusta al retrato robot habitual del pederasta, que rara vez es una persona agresiva. Normalmente, el abusador es alguien cercano a la familia que acostumbra a ganarse la confianza de su víctima con artimañas.
«En mis 20 años de profesión, solo he tratado dos casos similares, en los que la víctima ha sido abordada con violencia por un desconocido en la calle», explica Margarita García Marqués, presidenta de la Asociación para la Sanación y Prevención de Abusos Sexuales en la Infancia (Aspasi). «Lo más habitual es que el pedófilo sea una persona de la familia, ya sea un padre, un tío, un primo o alguien de su entorno más cercano. La mayoría de estas personas son gente normal que consigue ganarse al niño, que por su edad es fácil de convencer. ¿Si se les nota algo? Nada, ése es el problema».
Según García Marqués, J.A.I.I. se ajustaría al perfil del pedófilo psicópata o ‘pedosádico’, como lo denomina el profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona Francesc Xavier Moreno en su estudio psicológico sobre estos sujetos; individuos carentes de sentimientos morales que «experimentan placer sometiendo a los más débiles». Aunque no se puede establecer un retrato tipo, muchos de los pederastas violentos presentarían un «trastorno narcisista de la personalidad asociado a graves rasgos asociales»; en este sentido, «la conquista sexual del niño sería un instrumento de venganza por los abusos sufridos en la infancia». En todos los casos, sostiene Moreno, los comportamientos pedófilos derivan de «deficiencias en las relaciones de apego con las madres».
´Viejo verde’
García Marqués apunta a otros dos tipos de personalidad pedófila, más habituales que el agresor violento:los que cometen los abusos «siendo conscientes de que lo que hacen está mal, pero no pueden evitarlo y luego se sienten culpables» y aquellos que «minimizan» sus actos, convencidos de que no están haciendo daño al menor». Aún así, los expertos coinciden en resaltar que la imagen real del pedófilo tiene poco que ver con la que le atribuye el imaginario popular: una persona mayor, de aspecto repulsivo y comportamiento depravado. Detrás de un pederasta rara vez se esconde un monstruo o un ‘viejo verde’, sino por el contrario un individuo «normal, reconocido en su trabajo, con una vida social convencional. No son tíos raros, aunque estén enfermos», sostiene. El psicólogo Luis de la Herrán cree muchos de los comportamientos pederastas pueden explicarse por «algún tipo de trastorno psicopatológico o de comportamiento, lo que en ningún caso exime de la culpa o del castigo».
Carmen Escudero, presidenta de Asociación vasca para el Tratamiento del Abuso y el Maltrato en la Infancia (Garaitza), apunta incluso a la posibilidad de que el detenido en Leioa «ni siquiera tenga una orientación pedófila» añadida a su condición de agresor sexual reincidente. «Los pederastas suelen tener más control de sus actos y éste dejó pistas por todas partes», destaca. Además, en su historial delictivo no constan antecedentes por pederastia, aunque sí por una violación ocurrida en 1987, cuando tenía 21 años. Según las estadísticas policiales, dos de cada diez agresores sexuales reinciden.
Secuelas
J.A.I.I. permanece en prisión provisional ordenada por el juez desde el pasado lunes, dos días después de los hechos. Fuentes penitenciarias confirmaron que el nuevo interno ha sido incluido en el protocolo de prevención de suicidios. «Un elevado porcentaje de los pederastas toman conciencia de sus actos al ingresar en la cárcel y optan por quitarse la vida», señala Escudero. También seguirá un programa de deshabituación del alcohol y otro de rehabilitación para agresores sexuales. ¿Son eficaces estas terapias? «Sí, si quieren. Estas personas pueden rehabilitarse si logran empatizar con sus víctimas y ser conscientes del daño que han hecho», sostiene la presidenta de Garaitza. La psicóloga Margarita García Marqués apuesta por la prevención, ya que las tendencias pedófilas suelen manifestarse en la adolescencia.
Las secuelas en las víctimas pueden ser catastróficas. Según la presidenta de Aspasi, el daño psicológico causado cuando el agresor es un extraño «es menor» que cuando el pederasta es alguien de su misma familia. «Cuando el violador es un desconocido, la víctima tendrá miedo a los extraños, pero los que tenían que cuidarla lo han hecho», con lo que sus cimientos emocionales siguen intactos. Por el contrario, De la Herrán, especialista en psicología infantil, cree que el hecho de que el agresor sea alguien conocido o ajeno a la víctima «no es indicativo del daño sufrido». «En el 40% de los casos, el niño no vive el abuso sexual como una agresión, por lo que no hay secuelas», asegura. En el 60% restante de los casos, el experto cree necesario hacer una valoración del daño y aplicar una terapia adecuada que, «respetando los tiempos» de la víctima, puede acabar restañando las heridas emocionales. «En muchos casos, el trauma se consigue superar. Es probable que la víctima no lo olvide nunca lo sucedido, pero al final las cosas se recolocan».
FUENTE: EL CORREO.com

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